viernes, 26 de octubre de 2012

CAPÍTULO 9. FRENTE AL AH-MEN



Estudioso en secreto

Encerrado en el enorme depósito de historia, iluminado con luz artificial, mientras afuera llovía y la ciudad se afanaba, entre muebles de todas las épocas, como un monje medieval don Héctor estudió el documento que le dejó Balam:

“En la antigua sociedad maya, los curanderos o Ah-Men reunían en su persona el papel de médicos, sacerdotes y adivinos. Estas funciones no desaparecieron en el drama de la Conquista, sino que todavía, al día de hoy, los Ah-Men desempeñan esas funciones en las zonas mayas, utilizando
plantas medicinales, además de velar por el bienestar espiritual de los enfermos.

“El Ah-Men, junto a sus labores de curandero, lleva a cabo diferentes rituales, por ejemplo, el waji kol, que consiste en una ofrenda de gratitud a los espíritus, así como el chachaak o invocación de la lluvia.

“Para tratar a sus enfermos, el Ah-Men tiene una mesa de trabajo, la cual es un área sacralizada. Esta mesa se encuentra aislada de donde vive el Ah-Men o completamente aparte. En ella se le consulta y el Ah-Men realiza limpias y reza. Tiene altares con imágenes religiosas, velas y ofrendas florales.

“La consulta se desarrolla en un ambiente de confianza; habitualmente empieza como una conversación informal sobre sucesos cotidianos del  poblado o anécdotas curiosas. Poco más adelante se le pregunta al enfermo, qué le sucede.

“El Ah-Men puede efectuar algunas preguntas para tener una mejor idea de lo que ocurre, pues la enfermedad puede tener dos naturalezas: una, que sea un padecimiento generado por el organismo del paciente; otra, que se deba a una causa externa; esta “exterioridad” se sugiere cuando no se puede identificar una causa orgánica de la enfermedad, entonces puede ser resultado de un acontecimiento aciago, problemas económicos, familiares, por cuestiones de tierras, discusiones con los vecinos e incluso, por hechicería.

“En este ambiente, el Ah-Men, llegado el momento de emitir su diagnóstico, recurre al sastún o trance, al cual se induce concentrándose en la llama de una vela; para determinar la enfermedad, recibe el consejo de sus espíritus protectores, los cuales también le dicen qué hierbas emplear.”

Don Héctor suspiró y haciendo un alto, comprobó en el celular que su chofer había recogido al historiador en el hospital y lo llevaba a la clínica propiedad de la familia. Hizo otra llamada para dictar órdenes de que en la clínica se diera la mejor atención al historiador y añadió indicaciones de admitir a enfermos de escasos recursos.

Se escuchaban truenos afuera del salón y el paso de sirenas de ambulancias.

Don Héctor telefoneó a su familia para ordenar que nadie saliera.

Tranquilizó a su esposa y nueras sobre las noticias de la enfermedad. Ignorando el riesgo que se cernía sobre él a causa de su sobrino, continuó  leyendo:

“En el trance, los espíritus protectores pueden revelar al Ah-Men quién es el causante del mal de su enfermo, si es por hechicería, y además lo protegen de todo riesgo.

“Cuando el trance finaliza, el Ah-Men procede a la limpia, en la que pasa por el cuerpo del enfermo un manojo de ruda o un huevo de gallina para recoger con ellos los malos aires; esta parte la lleva a cabo rezando en maya, o en maya y en castellano; luego de pasar la ruda por el paciente, sacude el manojo a un lado, para deshacerse de esos malos aires.

“Un Ah-Men actualmente tiene una vida como todos. Las mujeres laboran en casa y los varones trabajan en los sembradíos, destinando horas para recibir enfermos; unos detienen su trabajo cuando alguien llega a verlos; algunos se aíslan en ciertos horarios de la tarde y finalmente otros inician muy temprano y no se detienen sino hasta avanzada la noche.

“La labor del Ah-Men es muy importante para la comunidad. Es fuente de confianza, punto de referencia en el mundo de la salud y en el espiritual. Recuperar la salud en el aspecto físico es crucial, pero igualmente lo es la solución de las enfermedades debidas al mal viento, el mal de ojo.  Lo que hoy se llaman enfermedades psicosomáticas, no consideradas como reales padecimientos, es un campo de acción del Ah-Men, quien ayuda a su paciente a recuperar el equilibrio en su vida.

“Su valor no ha reducido en nuestros tiempos, si bien se les dificulta encontrar discípulos y el peso de la vida moderna obstaculiza la continuidad de su arte.

“Que haya menos curanderos se debe más a que los jóvenes se sienten más atraídos por trabajar en industrias, que a una falta de vigencia en el arte de la cura tradicional. El Ah-Men no presta sus servicios por dinero: los 3 a 10 pesos de una consulta, incluso los 100 que cuesta una serie
de 10 consultas, o las tortillas que el paciente ofrece en retribución, es poco frente al trabajo de buscar las plantas, preparar los medicamentos y tener a la mano los implementos rituales. La función no se mide materialmente.”

Más adelante, don Héctor encontró un tema que también le interesaba:

“Las plantas medicinales empleadas por los Ah-Men de hoy, son una pequeña parte de las que se empleaban en épocas prehispánicas; todas en total pertenecen a una tradición de conocimientos que se remontan a 3,500 años e incluso a 5 mil. Nosotros las conocemos, en parte, debido a la compilación de herbolaria elaborada por indígenas que acompañaron a los frailes y que crearon lo que hoy se conoce como Códice Badiano, el libro de farmacología más antiguo del mundo.”

“En las fotografías que he podido analizar”, continuaba el Dr. Balam en el texto, “aparece el siguiente rezo para la curación de la gota:

Me pongo de pie
para disgregar
a las hormigas rojas,
a las hormigas blancas,
a las hormigas negras,
a las hormigas amarillas.
Me pongo de pie
para deshacer
los conflictos rojos,
los conflictos blancos
los conflictos negros,
los conflictos amarillos.
Son las frazadas simbólicas
del primer hombre de madera,
del primer hombre de piedra.”

Don Héctor pasaba las páginas. 

“Ciertos elementos del códice encontrado por Ud. son intraducibles, pues parecen escritos en lenguaje críptico; esta idea se reafirma en el folio 52, donde se encuentra la expresión suyua, nombre del lenguaje iniciático que empleaban los batabes o sabios; sin embargo, se puede identificar sin tropiezos una gran cantidad de plantas medicinales empleadas por los Ah-Men”.


  • Báalche, utilizada como analgésico contra la cefalea, las hojas se hierven y con el agua se realiza un lavado de la cabeza; cuando el malestar es ocasionado por un mal viento debido  a duendes (aluxes), se le usa como baño.
  • Chaay, empleada como alimento, asimismo se recurre a ella para combatir la anemia; en forma de férulas, facilita la solidificación de fracturas
  • K’uuts, el tabaco, la planta se aplica en la piel para aliviar el salpullido Pomolché: se le emplea para el tratamiento de la forunculosis  Sak´elemuy, combate las infecciones de vías urinarias, utilizado como infusión después de hervir la raíz
  • X´kooch, contra la diabetes; las hojas se hierven y se toma durante una semana
  • Xicin zodz, conocida por nosotros como pasiflora, se le empleaba contra el insomnio


“El sabio Zamná, el gran sacerdote de los Itzaes, era un Ah-Men. Como tal, conocía los medios curativos, los rezos y los rituales de ofrenda a los dioses, ya fueran propiciatorios, expiatorios o de agradecimiento, así como los exorcismos que expulsaban el mal viento; establecía diagnósticos,
determinaba la situación física y anímica del enfermo, buscaba  plantas, preparaba las medicinas herbales.

“Por su preparación, estudio de la amplísima tradición curativa, el título que recibe viene del verbo men, hacer, fabricar. Por eso no es simplemente “curandero”, “shamán”, ni siquiera “sabio”. En este caso se trata de una acción profunda, movida por un gran conocimiento y que obtiene éxitos terapéuticos: se le llama Ah-Men: “el que hace.”

Don Héctor detuvo la lectura para hacer unas llamadas. Pasadas dos horas de conversación con el estupefacto contacto del INAH, se comunicó con el vigilante del cuarto de máquinas:

-Pasaré la noche aquí. Mañana a las 4 pm saldré a encontrarme con funcionarios. Haga favor de tener lista la camioneta a esa hora, en la puerta.

El vigilante asintió. Luego de pensarlo, a su vez hizo una llamada por el móvil y dijo la palabra que le habían ordenado.

Su interlocutor colgó, asintiendo satisfecho. Era Jaime, el sobrino de don Héctor, que marcó un número en su teléfono. La cadena terminó de eslabonarse y estaba lista para atrapar a su presa.

-El vigilante cumplió su cometido. Tengan todo listo, vehículo y herramientas. Mi tío saldrá mañana y le arrebataremos el códice en la carretera.




No hay comentarios:

Publicar un comentario