lunes, 5 de noviembre de 2012

CAPÍTULO 10. LA CUENTA LARGA



Un canto

Era de madrugada. Escuchando a lo lejos el ulular de las sirenas de ambulancias que cruzaban la autopista, don Héctor fue a una habitación anexa provista con equipo de cómputo y copiado.

Tenía qué salvar el códice. Debía asegurarse de que si enfermaba de aquel mal que había brotado tan de golpe, el códice llegara a las manos indicadas.

Desde su juventud había imaginado que en la habitación donde estaba, los primeros hacendados de su familia habían guardado armaduras y espadas; ese pasado siempre le era más interesante, frente a los equipos modernos y ultrarrápidos. Éste era un mundo menos vivo para él, pero le serviría para dar a conocer lo que estuvo escondido durante siglos.

Don Héctor sabía que sólo tres códices habían sobrevivido al holocausto ordenado por Diego de Landa en el siglo XVI: el Códice Tro-Cortesiano, el Códice de Dresde y el Códice Peresiano. El cuarto, llamado Fragmento de Grolier, seguramente era falso. Ahora había otro, el que tenía él, Héctor Medina, un códice salvado de las llamas, resguardado de un modo ahora perdido en las brumas de tiempo; un milagro ocurrido sin fe.

Tomó una de las fotografías que sus técnicos obtuvieran del códice, y la envió por fax al contacto del INAH. Sabía que, al ver el fax, a aquel experto se le haría poco para llegar a Yucatán. Añadió una nota:

Estimado Sr. antropólogo: la traducción que mis asesores han hecho del presente folio, el 34, lo añado debajo. Es una  forma de poesía o de cantar, sin título, como aparece en las secciones de la imagen:


Pues si hay alegría
entre los animales,
¿por qué no se alegran
nuestros corazones?
Si así son ellos al amanecer:
¡bellísimos!
¡Sólo cantos, sólo juegos
pasan por sus pensamientos!

El día se hace fiesta
para los pobladores.
Va a surgir
la luz del sol
en el horizonte.

La Bella Estrella
refulgente encima
de los bosques “humea”,
evanescente
viene a morir la Luna
sobre el verdor de los bosques.



El incesante Tiempo

Cerca del mediodía, don Héctor durmió un rato y se bañó en una oficina moderna, adyacente al cuarto de máquinas. Previsor, tenía ropa en un armario.

Se ajustó la corbata teniendo en mente reanudar la lectura, interrumpida al iniciar el tema de la Cuenta Larga, mencionada en el códice.

Preparándose para salir, leyó:

“El códice nos recuerda (f. 44) que los mayas se consideraban habitantes del Árbol de la Vida, que es la Vía Láctea. Esta relación con el mundo celeste condujo a que los mayas contabilizaran el tiempo de acuerdo con el movimiento de los planetas, donde Venus posee un lugar destacado, así como los ciclos de la Luna y del Sol.

“La idea de ciclo, de periodicidad, es la base de su cuenta del tiempo.

“Existe, por una parte, la Cuenta Corta, que nace de combinar un ciclo tzolkin (tzol = orden, kin = días) o calendario cotidiano, con el ciclo venusino de 584 días. En estas contabilizaciones el número 13 es capital, relacionado con la Proporción Áurea, que determina la geometría de la naturaleza y del cuerpo humano.

“El otro calendario es la Cuenta Larga, grabada en la Estela de La Mojarra, en Veracruz, relacionada con diferentes ciclos astronómicos; por ejemplo, anticipa la precesión de los equinoccios. Dicha precesión es la rotación del Polo Norte de la Tierra, que realiza un giro completo sobre su eje en un lapso de 25,695 años.

“Los mayas sabían que esa modificación del eje de nuestro planeta hace que el Polo Norte, como la aguja de un reloj, recorra las Doce Constelaciones. Dentro de ese movimiento, dos veces al año, los dos polos terrestres se encuentran a igual distancia del Sol, momentos llamados equinoccios. Equinoccio significa “noche igual” y en ellos, la luz del astro cae en igual proporción sobre toda la Tierra. La Cuenta Larga permite
predecir esto.

“La Cuenta Larga inició el 11 de agosto del 3114 a.C., su 4 Ahay 8 Cumku, referido como El nacimiento de Venus. La Cuenta completa dura 5,125.366 años -una quinta parte del total del ciclo de las precesiones-, y termina el 12 de diciembre de 2012, en el Baktún 13.

“La Cuenta Larga es un conteo del tiempo a escala astronómica que, al finalizar, inicia de nuevo, porque es un calendario. No existe una referencia maya a un Final del Mundo, sino al término de un ciclo, donde la precesión de los equinoccios arranca a otro ciclo de 5 mil años.

“¿Profecías relacionadas? ¿Dónde están los textos mayas en que aparecen esas profecías?

“No existe un solo escrito maya que hable de “profecías apocalípticas”.

“Están en piedra, nos dicen. Bien, asentimos. ¿En qué vestigios? ¿Cuáles glifos hacen referencia al “derretimiento de los polos”, al “rayo sincronizador que viene del centro de la galaxia”? ¿Qué glifo maya representa electricidad, palabra que aparece en las supuestas profecías?”

Don Héctor consultó su reloj. Casi era la hora de su encuentro con el antropólogo del INAH. Continuó:

“Las profecías no están en piedra, dicen otros, sino en papel. Veamos: Diego de Landa en 1562 hizo quemar un millón quinientos mil documentos mayas. De ese holocausto se salvaron tres códices y sobreviven escritos: el Popol Vuh, los Chilam Balam y el Memorial de Sololá. El Rabinal Achí es una transcripción posterior, así como Los Cantares de Dzibalché. En ninguno se dice nada al respecto.

“Se nos dice que están en el Chilam Balam. ¡Bueno, respondemos! ¿En cuál de los nueve? Luego de dudar, dicen que en el Chilam Balam de Chumayel. Al revisar ese documento no aparece nada que se pueda interpretar como tales profecías, nada.

“Como último recurso, nos dicen que estas profecías vienen de antiguas enseñanzas. ¡Perfecto! ¿Dónde se conservaron esas tradiciones? ¿En la zona de Chichén Itzá, en Tikal, en Copán, Tulúm, Uxmal, Kabah? ¿Se ha escuchado al sabio maya que las recita ahora? ¿O decir “antiguas enseñanzas” es una forma de asegurar que nadie pueda comprobar nada?

“¿En qué parte exacta de códices y textos se encuentran las profecías? En ninguna parte.

“El mundo no terminará en 2012. Nuestro sentido del misterio no merece mentiras.”

Don Héctor vio su reloj. Era hora de llevarse el códice.

Ignoraba que su sobrino lo esperaba afuera.

Preparados para la acción

Repasando lo que acababa de leer, don Héctor en su vehículo condujo por la carretera cruzando con algunos autos apresurados. Otros, vacíos, estaban a la orilla, como si se hubieran descompuesto la noche anterior.

La calma era extraña. Había menos autos que en días normales. Anoche el ruido del tráfico oído desde la vieja hacienda era intenso: bocinazos y sirenas ininterrumpidas hasta las 6 de la mañana.

Encendió la radio para escuchar noticias de la epidemia. Se le dificultó encontrar una estación que no transmitiera música. Cuando halló una, el locutor dijo que continuaban reportándose casos sin que el contagio pareciera amainar.

Pasó una mano por el portafolios, especialmente construido, donde iba el códice en condiciones especiales. Don Héctor había pactado con el enviado del INAH, para verlo a la altura de Chichén Itzá y de ahí dirigirse a otro punto. Con todo el desajuste de las últimas horas, don Héctor no había podido solicitar acompañamiento policial. En las oficinas del gobernador nadie respondía, ni en la Policía Municipal, ni en la PGE.

También había quedado de verse con el Dr. Balam, ya que éste telefoneó a don Héctor ofreciéndose a acompañarlo. El empresario aceptó de buena gana, citándolo en la bifurcación de un camino reciente con forma de Y griega. Irían por la desviación izquierda hasta Chichén Itzá.

Bastante antes de la bifurcación, a un lado del camino reconoció al Dr. Balam, quien le hacía señas con los brazos. Don Héctor se detuvo y el médico abordó, amable como siempre.

Para aligerar el momento conversaron de cualquier tema. La caja iba entre ambos. La bifurcación de la Y griega apareció a unos metros.

Más adelante, sin que don Héctor lo supiera, su sobrino aguardaba, prevenido por el Dr. Balam. 

En el vértice de la bifurcación, sin perder la sonrisa, el Dr. Balam sujetó el volante con ambas manos, ante la sorprendida resistencia de don Héctor. 

-¡Espere…! –vociferó éste- ¿Qué sucede…? 




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