viernes, 26 de octubre de 2012

CAPÍTULO 9. FRENTE AL AH-MEN



Estudioso en secreto

Encerrado en el enorme depósito de historia, iluminado con luz artificial, mientras afuera llovía y la ciudad se afanaba, entre muebles de todas las épocas, como un monje medieval don Héctor estudió el documento que le dejó Balam:

“En la antigua sociedad maya, los curanderos o Ah-Men reunían en su persona el papel de médicos, sacerdotes y adivinos. Estas funciones no desaparecieron en el drama de la Conquista, sino que todavía, al día de hoy, los Ah-Men desempeñan esas funciones en las zonas mayas, utilizando
plantas medicinales, además de velar por el bienestar espiritual de los enfermos.

“El Ah-Men, junto a sus labores de curandero, lleva a cabo diferentes rituales, por ejemplo, el waji kol, que consiste en una ofrenda de gratitud a los espíritus, así como el chachaak o invocación de la lluvia.

“Para tratar a sus enfermos, el Ah-Men tiene una mesa de trabajo, la cual es un área sacralizada. Esta mesa se encuentra aislada de donde vive el Ah-Men o completamente aparte. En ella se le consulta y el Ah-Men realiza limpias y reza. Tiene altares con imágenes religiosas, velas y ofrendas florales.

“La consulta se desarrolla en un ambiente de confianza; habitualmente empieza como una conversación informal sobre sucesos cotidianos del  poblado o anécdotas curiosas. Poco más adelante se le pregunta al enfermo, qué le sucede.

“El Ah-Men puede efectuar algunas preguntas para tener una mejor idea de lo que ocurre, pues la enfermedad puede tener dos naturalezas: una, que sea un padecimiento generado por el organismo del paciente; otra, que se deba a una causa externa; esta “exterioridad” se sugiere cuando no se puede identificar una causa orgánica de la enfermedad, entonces puede ser resultado de un acontecimiento aciago, problemas económicos, familiares, por cuestiones de tierras, discusiones con los vecinos e incluso, por hechicería.

“En este ambiente, el Ah-Men, llegado el momento de emitir su diagnóstico, recurre al sastún o trance, al cual se induce concentrándose en la llama de una vela; para determinar la enfermedad, recibe el consejo de sus espíritus protectores, los cuales también le dicen qué hierbas emplear.”

Don Héctor suspiró y haciendo un alto, comprobó en el celular que su chofer había recogido al historiador en el hospital y lo llevaba a la clínica propiedad de la familia. Hizo otra llamada para dictar órdenes de que en la clínica se diera la mejor atención al historiador y añadió indicaciones de admitir a enfermos de escasos recursos.

Se escuchaban truenos afuera del salón y el paso de sirenas de ambulancias.

Don Héctor telefoneó a su familia para ordenar que nadie saliera.

Tranquilizó a su esposa y nueras sobre las noticias de la enfermedad. Ignorando el riesgo que se cernía sobre él a causa de su sobrino, continuó  leyendo:

“En el trance, los espíritus protectores pueden revelar al Ah-Men quién es el causante del mal de su enfermo, si es por hechicería, y además lo protegen de todo riesgo.

“Cuando el trance finaliza, el Ah-Men procede a la limpia, en la que pasa por el cuerpo del enfermo un manojo de ruda o un huevo de gallina para recoger con ellos los malos aires; esta parte la lleva a cabo rezando en maya, o en maya y en castellano; luego de pasar la ruda por el paciente, sacude el manojo a un lado, para deshacerse de esos malos aires.

“Un Ah-Men actualmente tiene una vida como todos. Las mujeres laboran en casa y los varones trabajan en los sembradíos, destinando horas para recibir enfermos; unos detienen su trabajo cuando alguien llega a verlos; algunos se aíslan en ciertos horarios de la tarde y finalmente otros inician muy temprano y no se detienen sino hasta avanzada la noche.

“La labor del Ah-Men es muy importante para la comunidad. Es fuente de confianza, punto de referencia en el mundo de la salud y en el espiritual. Recuperar la salud en el aspecto físico es crucial, pero igualmente lo es la solución de las enfermedades debidas al mal viento, el mal de ojo.  Lo que hoy se llaman enfermedades psicosomáticas, no consideradas como reales padecimientos, es un campo de acción del Ah-Men, quien ayuda a su paciente a recuperar el equilibrio en su vida.

“Su valor no ha reducido en nuestros tiempos, si bien se les dificulta encontrar discípulos y el peso de la vida moderna obstaculiza la continuidad de su arte.

“Que haya menos curanderos se debe más a que los jóvenes se sienten más atraídos por trabajar en industrias, que a una falta de vigencia en el arte de la cura tradicional. El Ah-Men no presta sus servicios por dinero: los 3 a 10 pesos de una consulta, incluso los 100 que cuesta una serie
de 10 consultas, o las tortillas que el paciente ofrece en retribución, es poco frente al trabajo de buscar las plantas, preparar los medicamentos y tener a la mano los implementos rituales. La función no se mide materialmente.”

Más adelante, don Héctor encontró un tema que también le interesaba:

“Las plantas medicinales empleadas por los Ah-Men de hoy, son una pequeña parte de las que se empleaban en épocas prehispánicas; todas en total pertenecen a una tradición de conocimientos que se remontan a 3,500 años e incluso a 5 mil. Nosotros las conocemos, en parte, debido a la compilación de herbolaria elaborada por indígenas que acompañaron a los frailes y que crearon lo que hoy se conoce como Códice Badiano, el libro de farmacología más antiguo del mundo.”

“En las fotografías que he podido analizar”, continuaba el Dr. Balam en el texto, “aparece el siguiente rezo para la curación de la gota:

Me pongo de pie
para disgregar
a las hormigas rojas,
a las hormigas blancas,
a las hormigas negras,
a las hormigas amarillas.
Me pongo de pie
para deshacer
los conflictos rojos,
los conflictos blancos
los conflictos negros,
los conflictos amarillos.
Son las frazadas simbólicas
del primer hombre de madera,
del primer hombre de piedra.”

Don Héctor pasaba las páginas. 

“Ciertos elementos del códice encontrado por Ud. son intraducibles, pues parecen escritos en lenguaje críptico; esta idea se reafirma en el folio 52, donde se encuentra la expresión suyua, nombre del lenguaje iniciático que empleaban los batabes o sabios; sin embargo, se puede identificar sin tropiezos una gran cantidad de plantas medicinales empleadas por los Ah-Men”.


  • Báalche, utilizada como analgésico contra la cefalea, las hojas se hierven y con el agua se realiza un lavado de la cabeza; cuando el malestar es ocasionado por un mal viento debido  a duendes (aluxes), se le usa como baño.
  • Chaay, empleada como alimento, asimismo se recurre a ella para combatir la anemia; en forma de férulas, facilita la solidificación de fracturas
  • K’uuts, el tabaco, la planta se aplica en la piel para aliviar el salpullido Pomolché: se le emplea para el tratamiento de la forunculosis  Sak´elemuy, combate las infecciones de vías urinarias, utilizado como infusión después de hervir la raíz
  • X´kooch, contra la diabetes; las hojas se hierven y se toma durante una semana
  • Xicin zodz, conocida por nosotros como pasiflora, se le empleaba contra el insomnio


“El sabio Zamná, el gran sacerdote de los Itzaes, era un Ah-Men. Como tal, conocía los medios curativos, los rezos y los rituales de ofrenda a los dioses, ya fueran propiciatorios, expiatorios o de agradecimiento, así como los exorcismos que expulsaban el mal viento; establecía diagnósticos,
determinaba la situación física y anímica del enfermo, buscaba  plantas, preparaba las medicinas herbales.

“Por su preparación, estudio de la amplísima tradición curativa, el título que recibe viene del verbo men, hacer, fabricar. Por eso no es simplemente “curandero”, “shamán”, ni siquiera “sabio”. En este caso se trata de una acción profunda, movida por un gran conocimiento y que obtiene éxitos terapéuticos: se le llama Ah-Men: “el que hace.”

Don Héctor detuvo la lectura para hacer unas llamadas. Pasadas dos horas de conversación con el estupefacto contacto del INAH, se comunicó con el vigilante del cuarto de máquinas:

-Pasaré la noche aquí. Mañana a las 4 pm saldré a encontrarme con funcionarios. Haga favor de tener lista la camioneta a esa hora, en la puerta.

El vigilante asintió. Luego de pensarlo, a su vez hizo una llamada por el móvil y dijo la palabra que le habían ordenado.

Su interlocutor colgó, asintiendo satisfecho. Era Jaime, el sobrino de don Héctor, que marcó un número en su teléfono. La cadena terminó de eslabonarse y estaba lista para atrapar a su presa.

-El vigilante cumplió su cometido. Tengan todo listo, vehículo y herramientas. Mi tío saldrá mañana y le arrebataremos el códice en la carretera.




viernes, 19 de octubre de 2012

CAPÍTULO 8. ATAQUE EN EL VIENTO



Epidemia

La noche sorprendió a una interminable columna de autos en la carretera de Mérida tratando de salir de la ciudad. Una lluvia pertinaz, inusual en esa época del año, mojaba el asfalto y relucía en los capotes de los vehículos.

En las radios, la noticia se repetía desde hacía una hora y dibujaba tensión en conductores y compañantes. El tránsito llevaba seis horas bloqueado.

Ambulancias y camionetas en sentido contrario abrían la lluvia con la luz de los fanales. La lentitud era desquiciante y había agotado a muchos niños, que dormían en los asientos posteriores.

Las estaciones radiadas estaban en cadena y emitían un mismo mensaje, en la voz eficaz y grave de una locutora juvenil de buena dicción:

-El Gobierno del Estado de Yucatán, atendiendo a las recomendaciones de la Secretaría de Salud estatal, en reunión celebrada este mediodía, ha elevado el semáforo sanitario a rojo, con lo cual se declara el estado de contingencia en los 106 municipios que conforman nuestra entidad. Una cepa de influenza, que, se aclara, no pertenece a la variedad H1N1, se repite, no pertenece a la variedad H1N1, se ha extendido en 80 municipios de Yucatán.

En las calles de Mérida, personas en sus casas y en comercios bajo la llovizna melancólica y tensa veían a la misma locutora a cuadro, ceder su imagen a un mapa del Estado plagado de puntos rojos -casos confirmados de la enfermedad-, mientras que pocos tenían puntos verdes, casos sin confirmar.

-En previsión de que la epidemia se extienda o haya extendido ya, a otros territorios de la República, los Estados colindantes de Campeche y Quintana Roo elevaron sus semáforos sanitarios a amarillo –volvió la locutora; a su espalda se movían reporteros en cabina-. Las recomendaciones a la ciudadanía son permanecer en sus casas y acudir a los centros de salud o llamar al número que aparece en sus pantallas, si experimentan síntomas, los cuales incluyen...



-¿Cómo, que no está? –gritó Jaime, el sobrino de don Héctor, por el celular- ¿Está enfermo?

Protegido con el paraguas, Jaime hablaba con un socio del detective que contratara para seguir a su tío. En una calle lluviosa plagada de taxis, camionetas y vehículos de dos puertas, así como de personas que caminaban rápido, casi no le importaba que lo oyeran. Debido a la noticia de la enfermedad en el Estado, desde hacía horas un reguero de autos congestionaba las calles de la capital y ahora mismo muchos trataban de abandonarla.

Bola de inútiles, pensaba el sobrino, malhumorado. Le acababan de decir que el detective estaba enfermo de… ¿qué era? ¿Influencia?

¿A dónde piensan ir?, pensaba. ¿Se imaginan que dos kilómetros más allá no hay gripe? Además, cuántos estornudan en la calle y luego miran a todos lados, como si hubieran contado el chiste de sus vidas.

-¡Pues yo no sé! –interrumpió Jaime- ¡Yo lo contraté, él me dio este número y tú me vas a resolver! ¡No me importa si tú o tu hermana continúan con el trabajo! Y escucha bien: no pienses que me dirás que sí a
todo y no irás. Si no me llamas en media hora para decirme que estás donde sabes, te despides de tu carrera de soplón.

Jaime colgó azotando el teléfono. Entró a su camioneta y abrió la guantera.

Tomó un arma, una escuadra .45 platinada y, gruñendo, verificó el cargador. Qué torpe ese detective, se decía. Por eso lo han de haber corrido de la policía. ¿Cómo se le ocurre enfermarse justo ahora? Rápidamente comprobó que había una bala en la recámara. Falta que con esto de la influencia sí o la influencia no, mi dichoso tío quiera entregar el códice esta noche y me quede sin nada.

Se vio los ojos en el espejo retrovisor. No se quedaría sin nada. Su mirada era intensa y algo obsesiva, como si tuviera fiebre. ¿No estaría enfermo de la influencia? Para empezar, ¿era verdad? Había escuchado a muchas personas decir que la epidemia era mentira, que nadie conocía a un enfermo.

“Ya ve, así nos trajeron con el chupacabras”, afirmaban con aire de entendidos. “Lo que quieren es distraernos para vender el petróleo”. “Yo no me cuido… ¿para qué? Quien tiene tranquilidad, está a salvo del mal”.

Mejor cuidar el mal, reflexionó el sobrino, quien se aplicó, por si las moscas, gel desinfectante para manos y de paso en el cabello. Guardó la .45 en la bolsa de la gabardina y encendió la radio, para escuchar con atención las noticias, mismas que a esa hora, su tío oía en el cuarto de máquinas.

El heroico historiador

Don Héctor, sentado a la gran mesa junto con el Dr. Balam, quien sonreía asépticamente, escuchaba a medias el televisor.

El historiador le había telefoneado para informarle que no acudiría a la cita de esa noche. Se sentía bastante mal. Había un ruido de voces al fondo.

-No es gripe, don Héctor –dijo el historiador, con voz congestionada-. Hay unos síntomas como dolor de cabeza y estornudos, pero parece algo más estomacal. Empecé esta mañana con flujo nasal y dolor de estómago, y ya para la tarde me puse peor, con diarrea.

-¿Dónde está usted? –preguntó don Héctor- Oigo muchas voces.

El historiador, sentado en el piso, fatigado entre una multitud de personas de pie y otras dormidas en el Servicio de Urgencias, respondió, afiebrado, entre médicos y enfermeras que pasaban usando cubrebocas:

-Estoy en el Hospital General Agustín O’Horan –respondió él-. No me corresponde aquí, pero según estoy viendo hay más enfermos de lo que dicen los medios. En este hospital están aceptando a todo el que llega con síntomas, que somos bastantes… también en el Hospital Ignacio García Téllez y en el Hospital Benito Juárez. Los de las ambulancias dicen que el Hospital Regional del ISSSTE está saturado.

-No se mueva de ahí, enseguida enviaré a alguien para que lo lleven a mi clínica.

El historiador estornudó y volvió al habla.

-Le envié las direcciones del representante del INAH, don Héctor –siguió el historiador, como si no hubiera escuchado-. Ya he hablado con él, como usted me indicó. Tan pronto usted le telefonee, empezará el proceso de entrega del códice. No lo deje pasar. Si usted enferma y el códice se pierde, todo el peso caerá sobre su memoria –tosió-. Yo no querría eso para mí.

-Llamaré ahora, para que vengan. ¿Bueno? –preguntó don Héctor ante la línea- ¡Bueno! –el historiador había colgado y no respondió a las llamadas.
-¿Malas noticias, don Héctor?
-El historiador que ha estado con nosotros –suspiró-. Se ha puesto mal. Qué responsable… antes de ir al hospital, se ocupó de la seguridad del códice.
-Esperemos que se mejore. Debo marcharme, don Héctor –sonrió el Dr. Balam, cambiando de tema-. Necesito hacer unas diligencias.

Don Héctor vio al médico. Lo había contactado a raíz del comentario casual de su sobrino Jaime sobre un programa de televisión. Por una vez su sobrino le había sido útil al conseguirle sus datos. A ver si era la señal de una nueva era.

-¿Usted también se siente mal? –preguntó al médico, el algo intranquilo don Héctor; ya marcaba al chofer para que fuera por el historiador.
-No, estoy bien, gracias. Necesito ver a una curandera maya, con la que me envía el Secretario de Salud.
-Claro, por favor…

Don Héctor había querido preguntar si esa curandera trabajaría contra la epidemia, pero desistió. El médico lo revisó y no halló señales de enfermedad.

-Dejo a usted unas páginas que imprimí esta mañana –la sonrisa del médico maya se hizo más suave-. Hice, como me pidió, estudiar las fotografías que sus técnicos han tomado del códice, interpreté y añadí explicaciones.
-Gracias –don Héctor se levantó.
-No se moleste, conozco la salida… le sugeriría por su salud, don Héctor, que no salga esta noche. Indique lo mismo a sus familiares. Se puede acompañar con lo que he traducido para usted.
-Le agradezco. El vigilante le abrirá.

El Dr. Balam cruzó por el cuarto de máquinas, en su laberinto que concentraba el pasado. Todos los vestigios, todos los recuerdos.

Una vez afuera, tomó el celular y llamó al sobrino. Cuando respondió, el médico mayista dijo:

-Prepárese esta misma noche. A la madrugada o mañana en la noche su tío sacará el códice.


viernes, 12 de octubre de 2012

CAPÍTULO 7. LA SANADORA



En busca

Al día siguiente, puntual en Chichén Itzá, el Secretario vio aparecer a la curandera.

Acompañado por el Dr. Balam, quien serviría de intérprete, y los infalibles guardaespaldas a distancia prudente, el Secretario comenzó a dialogar con la curandera.

En la conversación, traducida por el Dr. Balam en ambos idiomas, el Secretario pronto estableció que, en efecto, aquella sanadora ya había atendido a tres pacientes de la enfermedad que se diseminaba en el Estado.

-Ella dice que la enfermedad que estamos viendo —que nosotros llamaríamos epidemia—, es provocada por un viento nefasto, llamado tancás.
“Sin embargo —siguió traduciendo Balam—, en esta ocasión no es tan sencillo. Esta vez se trata de un viento mixto o una enfermedad de origen mixto: coc-tancás-ik, dice ella”.
-Eso sería…
-Un ataque-viento-asma, una enfermedad caliente o kan. Dice que no es nada fácil, que el estilo de vida del huacho, del blanco, tiene la responsabilidad de este nuevo padecimiento.
-¿Se refiere a una enfermedad enviada por Dios? Si vamos a ponernos en esos términos…
-No, señor Secretario –sonrió afable el Dr. Balam-. Ella no dice que esto ocurra por decisión de Dios. Lo adjudica a la pérdida de armonía en la vida de los seres humanos. Esa interpretación puede carecer de sentido para nosotros. Lo que importa es…
-Lo que importa es si esta mujer sabe algo real de la enfermedad y si nos lo dirá. Aunque parece que sí ha curado unos casos, todavía hay circunstancias que debemos analizar. Ella debe decirnos lo que sabe, Dr. Balam.

El médico maya intercambió unas frases con la curandera, y miró al Secretario.

-Puede decirnos, en efecto, pero…
- … ¿pero qué? —suspiró el Secretario— Dr. Balam, por favor hágale entender a esta venerable señora que no tenemos tiempo qué perder. Si la enfermedad se propaga más, no tendremos capacidad para contenerla. Aunque la curandera pudiera sanar a enfermos sólo con hablar, la situación  se nos puede venir encima en muy poco tiempo. En esa situación, ella no tendrá tiempo para curar a todos los que la busquen. Ella misma no estará a salvo.

El Dr. Balam volvió a conferenciar con la curandera.
-Dice que mañana; debe volver a consultar.
-Bien, entonces, Dr. Balam, le comisionaré para que venga Ud. a la cita. Si esta buena mujer se niega a colaborar otra vez, me temo que no podremos contar con ella.
-Posiblemente necesitemos una táctica de mayor paciencia, señor Secretario —sonrió Balam—, los tiempos vitales de nuestra raza son diferentes.
-No lo dudo, doctor; por eso usted es el indicado para atender este asunto.

En la camioneta, conducida por el otro guardaespaldas, el Dr. Balam iba enfrente y el Secretario en el asiento de atrás, algo molesto pero buscando opciones.

-¿Podríamos deducir nosotros cuál es el tratamiento que proporciona la curandera, Dr. Balam?
-En eso pensaba, señor Secretario. La enfermedad que ella describió, ataque-viento-asma, me ha dado algunas ideas; informaré a usted a la brevedad.

El Secretario asintió; vio de nuevo el mapa de acceso restringido en su lap-top: los puntos rojos que representaban casos de la nueva enfermedad, en el mapa de Yucatán, aumentaban en número. Las medidas preventivas de contención no estaban dando buenos resultados. De continuar así, para mañana en la noche debería informarse en los medios, la declaración de situación de contingencia, así como la llegada de equipos desde la capital de la república.

La buena ayuda

-En efecto —asintió el experto, sentado a la mesa dieciochesca—. El códice muestra y describe varias enfermedades. Está la U lom tokil hubnak, que es diarrea con punzadas, y Akab tok, una enfermedad dermatológica. Está Zac cimil, que es ataques epilépticos e infarto. También hay casos específicos: este glifo es Chibal, que representa dolores abdominales, cefaleas, huesos adoloridos y otalgia.

Don Héctor y el historiador lo veían con gratitud.

-Aparece el glifo chac que implica gravedad del padecimiento, tzitz mo ik, espasmo de la guacamaya pinta…. hoch ka, ni más ni menos que la úlcera perforada, y dz-unuz, el cáncer.

El nuevo miembro del equipo leía el códice, en silencio, y daba su traducción e interpretación a los otros dos, que lo escuchaban con atención:
-En la visión de los antiguos mayas, la humanidad es parte de un organismo, y cada aspecto experiencia de la naturaleza tienen relación. Es decir, lo divino tiene eco en lo humano, y viceversa. Por ello, la buena
convivencia social, el apego a las leyes, crean una armonía dentro del mundo humano, y de éste con la dimensión de los dioses. Para nosotros eso se traduce en salud, buenas cosechas.

 “Cuando se pierde, cuando el nudo se rompe, aparece la enfermedad. Hay una pérdida de relación entre las dos esferas. La enfermedad es el efecto. Las causas son humanas, pero también hay un factor llamado
viento, causal de enfermedades, y se debe a fuerzas naturales o sobrenaturales. Cuando el viento es desencadenado por seres humanos, sus alcances unen desde lo más salvaje de la naturaleza, como el clima, hasta lo más íntimo de las emociones, y se desata el caos.

“Por esa razón, el diagnóstico de las enfermedades se efectúa desde diversos puntos de vista, porque la enfermedad no es una cuestión únicamente física, sino también mental y espiritual. Es lo mismo para el tratamiento. En él, participa una fuerza vital llamada ool.

“Los padecimientos pueden ser ‘fríos’ o ‘calientes’. Frío y caliente son naturalezas interiores. El día es frío y la noche, caliente. El cielo es caliente y la tierra es fría. La Luna es fría, el Sol es caliente. Es caliente la nieve, porque quema; es caliente lo morado, lo carmesí: la saliva es caliente; el sudor es frío; cuando la enfermedad es caliente, se requiere de remedios fríos. Para tratar esas enfermedades, los antiguos mayas clasificaron más de 1,500 plantas medicinales.”

-¿Tenían enfermedades como las nuestras?
-Sí, como la fiebre amarilla o nuestro vulgar “pie de atleta”. Se ha pensado que su descripción de gránulos conjuntivales, se trata de infección por Chlamydia trachomatis.
“No sólo eso, hay pruebas de intervenciones quirúrgicas complejas, esto es, en cráneo abierto, empleando abrasión y corte.”

-¿Trepanación?
-En efecto. Y hasta hace no mucho, se pensaba que esos pacientes habían muerto de inmediato o que tuvieron una corta sobrevida; sin embargo, por el tiempo de solidificación de los cortes, observados en los
vestigios óseos craneales, se sabe que los mayas intervenidos sobrevivieron más de 20 años.

Don Héctor parecía desear sumergirse en el códice.

-Creo que también deberemos utilizar mascarillas para acercarnos al códice –pensó en voz alta- Mh… aquí se ven instrumentos… no me diga que son bisturíes.
-Se lo digo, señor –sonrió el experto-. Es una representación de navajas de obsidiana. Los mayas sabían emplear minerales, por ejemplo, para crear prótesis dentales con jade. Aunque también utilizaban hueso, con los bisturíes de obsidiana se producen cortes más limpios, que sanan más rápido y dejan menores cicatrices. Son tan eficaces que algunos hospitales de Estados Unidos hoy utilizan bisturíes de obsidiana. Para las suturas, empleaban cabello humano.

Recorriendo el códice con las manos enguantadas, el experto seguía traduciendo e interpretando.

-Vean, señores, el glifo Uay. Representa un estadio inicial de enfermedad, relacionado con un trastorno interno, es decir, lo que podemos llamar hipocondría.

Sonrió, entrecerrando los ojos con amable interés.

-Éste, es maravilloso: Pul Yah. Pul es “tomar” y Yah significa “dolor”. Es el acto de sanar. El médico toma el dolor del paciente, lo remueve, lo elimina. Identifica dónde se manifiesta el dolor y lo erradica de ese sitio.

Cerraron el códice. Los tres tenían una nueva expresión en el rostro.

-No sabe cómo le agradecemos esta colaboración —dijo Don Héctor, suspirando de alivio—. Estamos al tanto de sus ocupaciones, por lo que el tiempo que ha aceptado dedicarnos, es invaluable. Por supuesto, sus esfuerzos serán recompensados econó…

-Ni lo mencione—interrumpió el experto—. Mi retribución es la satisfacción de servir.

Y para apoyar su afirmación, el Dr. Balam esbozó una amable, cálida sonrisa.