viernes, 21 de septiembre de 2012

CAPÍTULO 4. EL AVE ROJA DE IXCHEL

Metáforas de enfermedad

En el cuarto de máquinas, Héctor Medina pasaba las páginas del códice con el historiador, ambos utilizando guantes de látex. Viendo uno de los dibujos, don Héctor susurró:


-Es una mujer… es la diosa Ixchel, ¿verdad?
-Así es –asintió el historiador–. Ixchel o Ix Chel, como aparece en el Códice Dresde, con los mismos atributos, por ejemplo, las orejas de jaguar... Ixchel, la diosa de la salud y la fertilidad… vea, enfrente tiene el glifo que significa “arcoiris” y la acompaña la Serpiente Celestial, de la que brota agua.
-La recuerdo como la diosa de la Luna.
-Sí, eso es en la etapa del Clásico Maya. La relación es la misma: la Luna representa la procreación. La Luna Creciente se dibujaba como una joven, fértil.
-Hay más dibujos de Ixchel.


El historiador casi se relame los labios.


-Ojalá el códice contenga leyendas sobre Ixchel –se esperanzó–. ¿Sabe que sólo conocemos una? Esa pérdida es de lo que debemos “agradecer” a Diego de Landa.
-Se refiere a la que recopila Las Casas, ¿no?

El historiador asintió, repasando el códice con la mirada. Bartolomé de Las Casas había narrado el mito de Verapaz, donde se contaba que Ixchel, con su esposo Itzamná, había procreado trece hijos, y creado cielo y tierra.


-También están aquí los dioses de la lluvia, los Chaacs… –comentó el historiador y luego mostró el curso de sus evocaciones–. El culto de Ixchel se llevaba a cabo en Isla Mujeres, lugar de peregrinación y sede de un oráculo.
-¡Vea! –exclamó don Héctor- ¡El Ave Roja!


El historiador lo miró un momento y después al dibujo. Ixchel estaba acompañada por un ave de encendido granate.
-Varios padecimientos eran representados con animales. Y los mayas sabían que hay enfermedades contagiosas. Les daban forma de aves. ¿Por qué aves? Porque son enfermedades que vuelan de una persona a otra, de un pueblo a otro, van en el aire. Esta ave roja representa a las epidemias.


Siguieron pasando las páginas, con representaciones de plantas, de diferentes colores y todas acompañadas de glifos. De ciertas partes de la lectura, se entendía la vieja tradición maya de creer que, en nuestro nacimiento, en un monte cercano nacía un animal ligado al alma del recién nacido. Esa unión era de tal nivel que el animal enfermaba junto con la persona.


Esta relación con los animales no se limitaba a la salud de la persona, sino que los médicos mayas empleaban a animales como símbolos de las enfermedades; por ejemplo, la aparición de granos cutáneos se asociaba con armadillos, iguanas, arañas y avispas. Las crisis de ira se representaban con el jaguar, el venado y las tarántulas.


En el códice había una representación de Ixchel con un zopilote posado en uno de sus hombros, lo que significaba que el equilibrio de la naturaleza se había roto a causa de perder la mesura y el cuidado personal, dando como resultado, una epidemia.


-Mire –dijo el historiador-. Aquí se ve uno de los ataques de viento, un tan-cás-ik, causante de diarrea y fiebre con delirio. ¡Y aquí…! Cualquiera enfermaba por dormir en casas sobre las que pasaba la guacamaya púrpura. No era tan mala… se decía que los nacidos en martes o viernes recibían el poder de esa guacamaya para combatir a sus adversarios con la sola mirada.


Se hizo un silencio.


-¿Qué nombre daría a este códice? –don Héctor quiso saber.
-Códice Medina –respondió el historiador, sin pensarlo mucho.
-O Códice Medina-Arce.
-Gracias por incluir mi apellido –sonrió el historiador–. Mejor: Códice Yucatán.


El médico y mayista


Pintada de un sano blanco resplandeciente, la clínica de Chikundzenot se levantaba cerca del centro.


El Secretario bajó de la camioneta acompañado por el intérprete y un guardaespaldas. No quería llamar demasiado la atención. Sólo falta que venga un reportero amarillista, se dijo. Esta tarde los periódicos dirían: “Impotente, la Secretaría de Salud Estatal recurre a brujos”.


Y además, sería un titular injusto. Esta clínica tenía renombre y prestigio, y era reconocida por la capacidad de sus sanadores, en su mayor parte de raza maya.


Lo recibió el director, quien se hizo acompañar por su estudiante más aventajado, el Dr. Alejandro Balam, de unos 20 años de edad, peinado correctamente, de rasgos concentrados y que parecía perpetuamente cómodo. Era médico general y mayista.

El sobrino del Sr. Medina, que ahora espiaba en el cuarto de máquinas, habría preguntado: “¿qué es eso de mayista?” Don Héctor Medina habría respondido, viendo al techo: “significa que es experto en cultura maya… ¿por qué no lees algo aparte de tu feis?”


Todos fueron a la cama donde reposaba el Sr. Olivares Canché, del que se afirmaba había sido curado por la sanadora.


El joven médico Alejandro Balam les describió el cuadro ya visto: estornudos, tos, diarrea, esputo sanguinolento, complicaciones bronquiales, convulsiones. Mientras escuchaba, el Secretario leía la historia clínica.


Todo indicaba que era un caso de la nueva enfermedad. Algunas condiciones parecían asociársele: desnutrición, concomitancia con padecimientos parasitarios.


-Es el único paciente que hemos tenido con ese cuadro gastroenterológico-bronquial –informó el director–. La sanadora hizo remitir la sintomatología a las 12 horas. No pudimos saber la composición de las infusiones que ella le proporcionó.
-Ah-Men… –susurró el Sr. Olivares– Ah-Men…
-¿Qué dice? –preguntó el Secretario.
-“Sacerdote” –tradujo el intérprete, sin más.
-Ah-Men significa “el que hace” –terció el Dr. Balam, cálido–. Un Ah-Men es un sacerdote que profetiza y cura. El Sr. Olivares da ese título a la sanadora de Chichén Itzá.


No obstante, a preguntas expresas, desde su lecho el Sr. Olivares Canché tampoco sabía decir qué remedio recibió. Obstáculo no inesperado.


Y es que estaba la cuestión del tiempo, se decía el Secretario. La identificación del agente causal se realizaba con técnicas de laboratorio que no estaban disponibles en el Estado, ni en el país. Cuando se identificaba una nueva enfermedad, muestras de sangre de los enfermos tenían que ser transportadas a Estados Unidos, donde las analizaba el Centro de Control y Prevención de Enfermedades de Atlanta. Ahí se realizaban los análisis de laboratorio hasta clasificar al agente causal. 


Esto llevaba tiempo, por lo menos una semana desde que llegaban las muestras. En tanto, donde se desarrollaban los acontecimientos, la enfermedad se propagaba y los casos eran tratados de manera empírica o la población recurría a sanadores. El Sr. Olivares Canché era un ejemplo.

El Secretario tuvo una idea. Conversó brevemente, aparte, con el director del sanatorio, y éste indicó al Dr. Balam que acompañara al funcionario a su vehículo.


De salida, el Secretario dijo al mayista:


-Solicito su ayuda en la Secretaría de Salud, Dr. Balam. Necesito a alguien como usted. Tengo el permiso de su director para esta propuesta.
-Me encuentro muy bien en la clínica –sonrió, apacible, el médico.
-No lo dudo, y respeto eso –insistió el Secretario, entre gente que entraba y salía–, pero la salud del Estado se encuentra en riesgo. Necesito a un experto en medicina maya, que conozca el idioma y trabaje conmigo directamente, como asesor y enlace con ciertas comunidades.
-Sin embargo, yo tengo responsabilidades graves aquí –respondió el sanador,suavemente.


Tranquilo en apariencia, pero estresado, el Secretario (debía ir a una conferencia de prensa y estaba retrasado), dio un salto. ¡Vaya!, pensó, algo exasperado, ¡cuántos no quisieran que el Secretario de Salud en persona les ofreciera un empleo con él! ¡Que los fuera a buscar a su casa para ofrecérselos! ¡Y este buen sanador prefiere seguir en su clínica! ¿De qué están hechos los mayas?


-Será temporal –concilió el Secretario–, una semana, dos, no más. Prometo no inmiscuirlo en la burocracia. Usted trabajará en lo que hace ahora, pero con más amplitud. Luego volverá. Su pueblo lo necesita, y no me refiero únicamente a Chikundzenot.


El sanador lo miró un segundo. Un rayo de amable sagacidad pasó por sus ojos.
 

-Ayude a la clínica –dijo–. Mi pago será que el señor Secretario mejore esta clínica… con mejores instalaciones, más medicinas, más camas.
 

Bueno, ni siquiera pide algo para él. Aquello confirmó la convicción del Secretario de que éste era hombre honrado, aunque pobre. De todos modos habrá que resolver eso, también.
 
-Hecho –suspiró, abriendo una puerta de la camioneta–. ¿Nos vamos?


1 comentario:

  1. cada capitulo te hace adentarte mas ,alo desconocido y emocionante,m encanta:))

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